Testimonio de la Hna. Teresa Romo desde Ecuador #yosoyDomund


“MISIONEROS DE LA MISERICORDIA”.
“He pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia.  Es  un  camino  que  inicia  con  una conversión  espiritual;  y  tenemos  que  recorrer  este camino.  Por  eso  he  decidido  convocar  un  Jubileo extraordinario   que   tenga   en   el   centro   la misericordia  de  Dios.  Será  un  Año  santo  de  la misericordia».  Lo  anunció  el  Papa  Francisco  el viernes  13  de  marzo,  por  la  tarde,  segundo aniversario de su elección al Pontificado, durante la celebración penitencial  presidida  en  la  basílica de San Pedro”. (Papa Francisco)
Desde los años de mi adolescencia, donde yo empecé a gustar la importancia de la misión y la de poder ayudar a los más pobres y abandonados de la tierra, me daba cuenta que esta misión solo se podría realizar si la persona está llena de Dios y rica en misericordia, esto lo empecé a vislumbrar en las épocas en que los misioneros llegaban por mi ciudad para realizar las famosas misiones, estos hombres tan llenos de vida y entusiastas de esa vocación que habían recibido, llenaban de vida a todos los cristianos de la época pero de modo particular a las y los que ya sentíamos algo dentro.
Los años pasaban y cada vez más me iba adentrando en las actividades de mi parroquia y el gusanillo de la misión iba creciendo en mi interior y ese acercamiento al Dios de la vida  iba  cada  vez  más  llenando  mi  ser  y  mi  deseo  de  entregarme  por entero  a la  vida misionera y cuando sentía a Ese Dios que me dio la vida y también la libertad empecé a darme cuenta de  la fuerza  y el  impacto que tiene el poder contemplar a ese Jesús de Nazaret en la perspectiva de la misericordia. Cuando empecé a entender esto, me vino a la mente una frase de San. Pablo a los Ef. 2, 4) “Dios rico en misericordia”
Esta  expresión  del  Apóstol  San  Pablo  en  la  Carta  a los  Efesios  tiene  hoy  en  el  siglo veintiuno,  y  en  la  actualidad  una  fuerza  muy  especial    para  mí  como  Misionera Comboniana,  en  este  mundo,  en  las  realidades  en  las  que  vivo  y  en  las  situaciones concretas que un 90% de la humanidad están viviendo.
A  lo  largo de mi  vida  misionera  en  las diferentes realidades  y en  los diferentes países que  me  ha  tocado  vivir,  he  podido  constatar  que:  Este  Dios, que  Jesucristo  me  ha  ido  revelado como Padre, me lo ha revelado a través de su vida, en las relaciones que tuvo con los hombres y mujeres de su tiempo y que fue encontrando a lo largo de su vida pública. Al Dios rico en misericordia lo he conocido, se me ha visibilizado en Jesucristo. Él, con su vida, con sus palabras y sus obras, me ha manifestado y me manifiesta, me ha revelado  y  me  sigue  revelando  que  para no  descartar  a  nadie  hay  que  saber  mostrar  a todo ser humano con quien me encuentro cada día, que el amor es el que nos regenera y nos salva, ese amor que nos hace entender y vivir desde la novedad que trae Jesucristo cada día a este mundo.   Sigo  diciendo  que:  a  lo  largo  de  mi  vida  Misionera  Comboniana,  las  experiencias vividas,  los  sueños  realizados,  el  compartir  con  los  pueblos  que  me  fueron  dados  en adopción    y  porque  no,  los  sufrimientos,  fracasos  y  sueños  derrumbados,  he  podido  experimentar la verdad que se me ha ido revelando en Jesucristo, y que me ha hablado siempre de un  Dios rico en misericordia, misericordia que he ido plasmando al lado de tantos,  enfermos,  catequistas,  líderes  políticos  y religiosos,  gente  sencilla,  niños, adolescentes, jóvenes, hombres y mujeres con los que he compartido en el camino de mi vida misionera, realidades y experiencias que me ha permitido y me permiten ver a Dios muy cerca, al lado de cada persona, especialmente lo he visto y lo veo al lado de los que sufren, de los que están amenazados en el núcleo de su dignidad.  Este  Dios,  que  se  me  ha  venido  mostrando  en  Jesucristo,  que  tanto  se  acerca  al  ser humano, lo siento muy cerca en las grandes preocupaciones y desafíos que actualmente  presenta  la sociedad actual, en estos momentos de la historia. La persona  humana y el mundo en el que vivo tienen necesidad de la misericordia. ¡Cómo no atreverme a hacer lo que hizo Jesús! Con su estilo de vida, con sus acciones, en esa cercanía tan humana, a cada persona me hizo ver que el mundo en el que vivo está presente el Amor, un Amor que dirige los pasos de la humanidad, que abraza a todo ser humano y que lo hace notar especialmente en aquellos que sufren, que viven en la injusticia, la pobreza, la limitación, la fragilidad del tipo que fuere. Cristo hizo presente al Padre en amor y misericordia. Y cuando Cristo me revela el amor-misericordioso, me pide al mismo tiempo que  deje guiar mi vida por el amor y la misericordia. San Juan Pablo II escribía así: “hay un límite impuesto al mal por el bien divino, y ese es la misericordia”.  Y  me  digo,  ¿Por  qué  no  atreverme  a  poner  este  límite  en estos momentos precisos en  los que  vive  nuestra sociedad?
Ciertamente, que  los hombres  y mujeres llamados a vivir una vocación específica, estamos llamados a ser destinatarios de  la  misericordia  de  Dios.  Dios  nos  ama,  ama,  obstinadamente  a  todos.  Dios  nos arropa, nos protege en su amor. Dios no deja a nadie de lado, no descarta a nadie, quiere contar con todos, somos nosotros los que no queremos contar con El. 
En  mis  43  años    de  camino  con  las  misioneras  Combonianas  y  trayectoria  de  vida misionera en los diferentes países por donde he ido realizando la misión encomendada he  ido  descubriendo  con  mucha  fuerza  que  el amor,  cura  las  heridas,  el  corazón de  la persona  humana  y  establece  una  relación  fraterna,  de  hermanos  y  de  hijos  de  Dios. Analizando todo esto y otras muchas realidades  vividas y experimentadas  me  he dado cuenta que el  misterio de todo ser humano se ilumina con la misericordia de Dios.
Todos  sabemos  que  cuando  aceptamos  que  el  amor  de  Dios  entre  en  nuestra  vida, quedamos modelados por Él. De esta manera descubrimos que tener la experiencia del amor misericordioso se convierte en una llamada a la que necesariamente tenemos que responder con el mismo amor. 
Es  bueno  contemplar  a  Cristo  en  la  cruz,  es  bueno  ver  el  costado  traspasado.  En  esa contemplación  experimentaremos  la  grandeza  de  un  Dios  que  da  su  vida  para  que nosotros  la  tengamos  y  la  regalemos,  en  todas  las  situaciones  en  las  que  nos encontremos, esa vida que se nos da como gracia. Estamos viviendo un momento importante de la historia para marcar direcciones.
¡Atrévete a marcar dirección con el amor misericordioso!
 La Iglesia quiere compartir el deseo  de  una  vida  justa  bajo  todos  los  aspectos.  Pero  me  doy  cuenta  de  que  muchos programas que parten de la idea de justicia deben servir para ponerlos al servicio de la
humanidad,  de  los  grupos,  siendo  cercanos  a  los  que  sufren.  La  experiencia  cotidiana nos hace ver que otras fuerzas negativas, como son el rencor, el odio, la crueldad, se han puesto en primer lugar y antes que la justicia.  El amor que he recibido de Dios me da una proyección y una perspectiva de relaciones
conmigo misma, con los otros, con la naturaleza y con Dios, totalmente nuevas. Como misionera y como parte de la Iglesia tengo que dar testimonio de la misericordia de  Dios  en  todas  las  situaciones.  Aquí  está  mi  gran  reto: mostrar  al  mundo,  como  lo hizo Jesucristo, el rostro misericordioso de Dios.
Esta es la gran misión y pasión de la Iglesia,  tuya  y  mía,  en  todo  su  quehacer,  siguiendo  siempre  las  huellas  de  Cristo.  Su gran tarea es dar testimonio de la misericordia de Dios: profesándola, introduciéndola y encarnándola  en la vida y en la historia de toda la humanidad.  Todos,  tu  y  yo,  Estamos  llamados  a  la  conversión.  La  Iglesia  siempre  proclama  la conversión, pero la conversión a Dios consiste en descubrir su misericordia, su amor.  Como discípula de Cristo tengo de ser consciente de  que únicamente sobre la base de la misericordia puedo hacerse realidad  los cometidos que el concilio Vaticano II nos señalaba. ¡Qué belleza tiene lo que Jesucristo nos ha enseñado!
Sólo desde la base de la misericordia  se  puede  hacer  realidad  la  convivencia.  El  ser  humano  alcanza  el  amor misericordioso de Dios cuando él mismo, en su interioridad, tiene un encuentro con tal radicalidad que le transforma y convierte toda su vida en el espíritu de amor hacia el prójimo.  De  tal  manera  la  misericordia  cristiana  tiene  fuerza  en  la  convivencia  y  en  la transformación de esta historia. El amor misericordioso nos invita a amar a los enemigos. Así nos lo pide Jesucristo: un amor que excede las capacidades humanas. La propuesta de Cristo tiene una significación  especial  para  nosotros  en  estos  momentos  de  la  historia.  En  nuestro  mundo  hay violencia, hay injusticia, hay desorden. Esto solamente se puede superar contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Pero esto tiene que venir de Dios. Para concluir: 
Jesús  es  la  misericordia  que  se  ha  hecho  carne,  y  esta  misericordia  es  la única que  puede  desequilibrar  el  mundo  del  mal  hacia  el  bien,  de  la  división  a  la unidad, de la búsqueda del propio bien personal a buscar siempre el del otro.  La  misericordia  es  el  núcleo  central  del  mensaje  del  Evangelio.  Es  el  nombre mismo de Dios, es su rostro, es Jesucristo.  a misericordia se nos ha manifestado en Jesucristo como la fuerza que cambia la realidad  y nos convierte en personas con el ardor de Cristo.  La misericordia de Dios pacifica el corazón de la humanidad y hace brotar vida allí donde se muestra.
Hna. Teresa Romo