Testimonio de Sor María del Carmen de la Eucaristía, misionera salmantina de clausura en Ecuador

En este año de la vida consagrada y a unas semanas de celebrar la Jornada de vocaciones nativas compartimos con vosotros el precioso testimonio de una religiosa de clausura salmantina, Sor María del Carmen de la Eucaristía, que ha gastado por el Reino toda su vida en un Carmelo de Ecuador. Desde aquí le enviamos un fuerte abrazo y rezamos por ella, por su Comunidad y por el pueblo ecuatoriano.



EXPERIENCIA DE VIDA CONSAGRADA
He dejado más de la mitad de mi vida en estas tierras ecuatorianas consciente de que la vida misionera se puede vivir desde el claustro, como cualquiera de ustedes desde su casa y su trabajo. Nunca pensé que al salir de mi pueblo hacia el Carmelo de Plasencia terminaría en este rincón latinoamericano. Dios nos maneja a cada uno con su amor de Padre y con mucha sabiduría.

A mí me gustaba desde niña todo lo relacionado con las misiones y los misioneros, de manera que cuando era muy joven y sentí la inclinación a consagrarme a Dios en la vida religiosa, en seguida pensé en una Congregación misionera, en concreto las Hijas de Jesús donde ya estaba mi hermana, pero cayó en mis manos el libro de Santa Teresita “Historia de un alma” y ahí me esperaba el Señor. Rápidamente se me aclaró la cosa y ya no se me quitaba de la cabeza el Carmelo, por eso decidí ingresar en Plasencia, a los 22 años. 

Pasaron 17 años y entonces pidieron a la comunidad que hiciera una fundación en Guaranda, Ecuador. Se hizo, con gran gozo de esta ciudad. Pasaron siete años y la Comunidad de Plasencia vio necesario enviar un refuerzo a Guaranda, de dos hermanas, me ofrecí y me aceptaron. Recuerdo que cuando me despedí de mi familia, en Salamanca, mi padre me dijo: “pero bueno, yo no entiendo por qué para rezar por la gente, que es lo que tú haces, tienes que irte tan lejos, reza por ellos desde aquí”. Le contesté, tiene razón, pero la voluntad de Dios es que me vaya. Entonces él me dice, “¿bueno, y hasta cuándo va a durar esa voluntad de Dios?”, yo, para no asustarle le contesté: unos dos o tres años. ¿Y qué les parece que ya llevo aquí 43? Puedo decir que nunca me he arrepentido y no es que no haya habido momentos difíciles, pero nunca he perdido la paz porque sé de quién me he fiado. Cierto que ha predominado la alegría y seguridad de estar dónde Dios me quería y aquí estoy, con mi mini-apostolado como yo lo llamo, que consiste en escuchar las penas de gente que necesita desahogo porque viven situaciones dolorosas, claro que no les resuelvo nada, sólo escucho, les ofrezco mi amistad y mi oración que es lo que más me piden y así se van algo más aliviados. ¿Quién no puede hacer eso? Todos somos misioneros.

María del Carmen de la Eucaristía

Guaranda, marzo 13 de 2015